La idea del proyecto surgió cuando en 2006 su padre decidió jubilarse y dejar a sus vástagos al cargo de la panadería familiar.
Kittiwat, quien aprendió a hornear a los 10 años, propuso mezclar sus estudios con su nueva ocupación de panadero.
“Al principio mi familia me decía que era imposible simular partes humanas a través del pan porque al hornearlo la masa se expande y pierde la forma”, señala Kittiwat.
Para reproducir hasta el más mínimo detalle, el artista estudió con ahínco libros de anatomía y visitó con frecuencias el museo de medicina forense de Bangkok al mismo tiempo que mejoraba el sabor de sus creaciones.
Tras un largo proceso de “ensayo-error”, el escultor logró moldear los bollos, al principio no comestibles, hasta convertirlos en manos, pies y caras reconocibles, y aptos para el consumo humano.
Mira aquí un reporte de estas obras de arte: