A la sombra de la fama mundial de Machu Picchu, las ruinas de Kuélap, la mayor ciudad de piedra de Sudamérica, aún revelan la monumentalidad de la capital del “reino de las nubes”, un vestigio más antiguo y grande que la célebre ciudadela inca pero todavía no tan masificado por los turistas.
Las nubes y la neblina suelen deslizarle por la frondosa vegetación selvática de esta parte de los Andes peruanos en cuyas cumbres la antigua civilización Chachapoyas, nombre que significa “hombres o guerreros de las nubes”, erigieron esta inexpugnable ciudad fortificada.
A Kuélap, ubicada en la norteña región de Amazonas, fronteriza con Ecuador, se le suele llamar “el Machu Picchu del norte”, por su similar tamaño, importancia y emplazamiento con la ciudadela inca situada en la sureña región andina de Cusco.
Sin embargo, la ciudad fortificada de los Chachapoyas se asienta en mitad de una abrupta y accidentada geografía llena de cañones y precipicios a 3.000 metros sobre el nivel del mar, mucho más alta que Machu Picchu, que se encuentra a una cota de unos 2.400 metros.
Además, las dos están separadas por unos 950 kilómetros y por casi 900 años, pues Kuélap fue erigida en el siglo VI, casi un milenio antes que Machu Picchu, lo que se aprecia en el estilo constructivo, más arcaico que el de los incas, quienes eran expertos talladores de piedra.
La estratégica ubicación de Kuélap permitió a los Chachapoyas, un pueblo guerrero y hostil, mantener durante bastante tiempo a los incas al margen cuando estos llegaron a sus tierras, pocos años antes del arribo al lugar de los conquistadores españoles.
Lo consiguieron gracias a los imponentes y megalíticos muros sobre los que se asienta la ciudad, unas defensas que en su parte más alta alcanzan los veinte metros de altura, visibles desde varios kilómetros a la redonda.
La muralla dibuja un perímetro de siete hectáreas con una longitud máxima de 586 metros, mayor que Machu Picchu, y un ancho máximo de 110 metros.
Kuélap solo tiene tres accesos posibles, tres estrechas rampas que forman ranuras en mitad de la muralla por las que cualquier intruso no deseado moriría antes de llegar a su parte final.
Una vez arriba se puede apreciar la parte inferior de los muros circulares de casi 500 casas que servían de vivienda para una población de no menos de 3.500 personas, divididas en barrios o sectores de clase alta y baja.
Los hogares de los líderes vecinales de cada sector se pueden diferenciar por las cenefas romboides que discurren por los muros externos de unas viviendas donde en la actualidad ya no se puede apreciar el techo cónico de paja seca que las cubría.
Actualmente, a la capital del “reino de las nubes” se puede llegar en el primer teleférico instalado en Perú, un recorrido de cuatro kilómetros por un sobrecogedor paisaje que permite salvar un desnivel de mil metros en apenas veinte minutos.
El teleférico, operativo desde hace año y medio, lleva a los turistas casi hasta el pie de las mismas ruinas y evita un trayecto de hora y media por caminos de tierra que serpentean las montañas desde el municipio de Nuevo Tingo, el más cercano a las ruinas.
Este cómodo medio de transporte ha permitido que los visitantes a Kuélap se tripliquen en apenas un año, al pasar de los 45.000 anuales a alrededor de 120.000, aunque su objetivo es llegar a los 300.000 turistas al año, lejos aún de la masificación que se puede encontrar en Machu Picchu.
Como Kuélap hay también otras imponentes ciudades prehispánicas desperdigadas por el territorio peruano lejos del foco de Machu Picchu. Es el caso de Choquequirao, otra ciudadela de los incas construida en Cusco; o Chan Chan, la mayor ciudad de barro de América, capital de los Chimú, ubicada cerca de la norteña ciudad de Trujillo.
Fuente: EFE
Los pómulos salientes, los ojos grandes y el cabello negro resumen las características del rostro desarrollado con tecnología 3D y que se presume es lo más cercano al que tuvo una líder preincaica cuyos restos fueron hallados hace más de una década en una tumba en la costa norte de Perú.
Según los arqueólogos, la “Señora de Cao” -de apenas 1,45 metros de estatura, tatuada en los brazos, pies y dedos con dibujos de arañas, pumas y serpientes- fue una de las mujeres más poderosas antes del surgimiento del imperio Inca.
A pesar de su tamaño tuvo “una importancia enorme… y reveló el liderazgo político y religioso femenino”, dijo el ministro de Cultura, Salvador del Solar, sobre la “Señora de Cao”, que comenzó a ser exhibida esta semana en el Museo de la Nación de Perú.
Régulo Franco, el arqueólogo peruano que descubrió la tumba en 2005 y le dio nombre a sus restos, explicó a The Associated Press que la “Señora de Cao” es importante para la historia local porque sus vestigios “son los únicos encontrados de una mujer gobernante en un valle peruano hace 1.700 años”, una época anterior al dominio Inca en territorio del actual Perú.
“Su descubrimiento cambió la noción del poder en el antiguo Perú. Es posible que en su linaje dominante por hombres fuese la única hija mujer sucesora y la empoderaron y la hicieron gobernante. La otra opción es que los arqueólogos aún no hayamos encontrado otras tumbas de otras mujeres lideresas”, comentó.
Franco dice que lo hallado en su tumba confirma su poder y riqueza: “collares, diademas, una corona y casi medio centenar de adornos para la nariz de oro junto a dos bastones ceremoniales de cobre dorado más grandes que ella. También se hallaron armas para lanzar dardos”.
La mujer tenía cabellos negros recogidos en trenzas amarradas y unos 25 años cuando falleció probablemente por complicaciones de un parto, según la autopsia. “Tenía el abdomen distendido, murió con fiebre y las manos dobladas por las convulsiones de una eclampsia (hipertensión gestacional). Tras su muerte la bañaron con el agua del Océano Pacífico que impregnó de sal a su cuerpo”, dijo Franco.
La reconstrucción del rostro se hizo con el apoyo de la Fundación Wiese, una organización creada por una familia de exbanqueros peruanos, y requirió de un trabajo multidisciplinario.
Durante 10 meses se escaneó el cráneo, se usaron métodos forenses para la reconstrucción facial de cadáveres y se trabajó con un banco fotográfico de mujeres que actualmente habitan en el distrito peruano de Magdalena de Cao, la zona donde se descubrieron sus restos.
“Las técnicas de reconstrucción facial se hacían con plastilina. Ahora usamos un software otorgado por la empresa estadounidense Faro Technologies”, dijo Oscar Barrera, un ingeniero especializado en reconstrucción facial forense que trabajó en el proyecto y que en la fiscalía de Colombia identificó a víctimas del conflicto armado de ese país.

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El grupo también estuvo integrado por artistas forenses que hicieron bosquejos y detalles del rostro a partir del cráneo como el investigador Martín Ayala, quien trabajó en la fiscalía colombiana como investigador forense en varios casos, entre ellos el del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán.
La “Señora de Cao” fue hallada dentro de un fardo de 26 capas de tela y su cadáver estaba untado con un pigmento mineral llamado cinabrio -sulfuro de mercurio- que permitió su desecación. A su lado se hallaron el cadáver de una adolescente de 15 años y a pocos metros el de un guardia para que su viaje al mundo de los muertos no tuviera imprevistos.
Franco y su equipo la encontraron dentro del complejo arqueológico “El Brujo” en Magdalena de Cao, unos 545 kilómetros al noroeste de Lima.
Además de su rostro también se exhibe en el museo de Lima una réplica del cadáver de la diminuta y poderosa gobernante preincaica que desafió a una sociedad liderada por hombres. Los verdaderos restos de la “Señora de Cao” son exhibidos en un museo norteño que recibe más de 40.000 visitantes por año.

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