Actualizado 13:35
Natalia Junquera |
Vladimir Merino nació en una aldea a la afueras de Moscú hace 73 años. A los 11, en 1937, su madre, Carmen Barrera, natural de Rentería (Gipuzkoa) y su tío Alejandro, de 9, habían sido enviados a la entonces URSS por las autoridades republicanas con otros 3.000 niños para alejarlos de la Guerra Civil española. A su padre biológico,Shaban Urruchi, no llegó a conocerlo.
“Era un albanés que estudiaba medicina en la universidad con una beca soviética, pero cuando acabó sus estudios, le dijeron que tenía que volverse a su país y a mi madre, embarazada, no le permitieron irse con él”.
Carmen y Shaban mantuvieron por correo la ilusión del reencuentro tras la guerra. Incluso después de que autorizaran en 1956 el regreso de ella a España siguieron escribiéndose cartas que llegaban siempre abiertas, violadas por la dictadura en medio de la guerra.
Tardaron tres años más en comprender que lo mejor era dejar de hacer planes imposibles y darse mutuamente permiso para explorar la vida sin el otro.
En 1962, Carmen se casó con Nicasio Merino, que adoptó a Vladimir y le dio su apellido, el mismo del comisario de la exposición que este lunes se inaugura en el Ateneo de Madrid: 48 dibujos realizados por niños que, como su madre, no tenían miedo a la oscuridad o al coco, sino a las bombas; pequeños que aprendieron el significado de la palabra huida al mismo tiempo que los adultos mientras la guerra los perseguía miles de kilómetros.
Los niños, de entre 4 y 14 años, pintan ambulancias, edificios en llamas, gente corriendo y muchos, muchos aviones. “Lo que más se repite”, explica Merino, “son las escenas de aviación. Si hoy fuéramos a un colegio y les pidiéramos a los críos que dibujaran la guerra, seguramente reproducirían imágenes que han visto en televisión o en las películas, pero aquellos niños, como mi madre, dibujaban lo que habían vivido, su propio miedo.
Uno de los dibujos que más me impactó es el de una niña llamada Mercedes que pintó un bombardeo en plena guerra en el que las bombas de los aviones son lágrimas”.
Guerra civil
El primer país donde se expusieron este tipo de dibujos no fue España, sino EEUU. “En 1937″, relata Merino, “con el objetivo de ofrecer ayuda económica y de evacuación a los niños desde las zonas de guerra a las colonias infantiles, principalmente en la costa mediterránea y Francia, se constituyó en Nueva York la Asociación Americana para el Bienestar de los Niños Españoles.
Tras recorrer esas colonias y recopilar más de mil dibujos, un coleccionista de arte y miembro de la comunidad cuáquera, Josep A. Weissberger, organizó diversas muestras en galerías norteamericanas, sobresaliendo la de mayo de 1938 en la quinta avenida de Nueva York«.
Investigando sobre el periplo de esos pequeños, Merino, que ha trabajado toda su vida en el sector de la construcción, descubrió que había muchos dibujos como aquellos dispersos en diversos archivos: la Universidad de Columbia y la de San Diego en EE UU; la Biblioteca Nacional de España, que atesora más de 1.700; el Archivo Histórico de Cataluña Seleccionó 48 para contar la historia de su madre y otros 32.000 como ella: los 3.000 que fueron a parar a la URSS; los casi 17.500 que recalaron en Francia; los más de 5.000 evacuados a Bélgica, los cerca de 4.500 que terminaron en Inglaterra, los 455 enviados a México.
Ese doble ejercicio de divulgación y homenaje le ha llevado a dar charlas en colegios, donde la potencia ilustrativa de los trazos de esos pequeños sirve para que los chavales conozcan, más allá de los hitos y las fechas, “la verdadera historia de su propio país, lo que padecieron a su edad, o cuando tenían pocos años menos, los abuelos de sus abuelos”.
Algunos de los dibujos expuestos, como el de Gregorio Vargas, de ocho años, están hechos sobre las cartas que enviaban a sus familias. “Querido papá: quiero que usted venga pronto a la URSS. Bombas dejen España”, escribe. Con el paso del tiempo, los niños empiezan a pintar de nuevo escenas de vida cotidiana: “Aquí se pueden hacer muchas cosas divertidas y graciosas”, escribe otro pequeño a sus padres el 26 de enero de 1939.
“El trato que recibieron en la URSS”, explica Merino, “fue muy bueno. A diferencia de los niños evacuados a otros países, que eran acogidos por familias, en la Unión Soviética permanecían en grupos de 100 o 120 en una especie de colonias y vivían mucho mejor que los niños rusos. Aprendieron el nuevo idioma, pero no olvidaron el suyo porque también recibían clases en castellano y recuerdo que, de pequeño, mi madre me recitaba el famoso poema de Espronceda: ”Con 100 cañones por banda, viento en popa a toda vela…“.
Pero estalló la segunda guerra Mundial y todo volvió a complicarse. ”Mi madre solía decir: ‘Escapé de la guerra en España huyendo de bombas alemanas y escapé de Rusia huyendo de bombas alemanas’. Una guerra le robó la infancia y la otra, la adolescencia«.
En españa
La colonia española fue evacuada de nuevo, esta vez en tren, hacia los Urales. “El destino final era una ciudad llamada Ufa.
Pero el tren, como ocurre en la película El Doctor Zhivago, es obligado a parar en una vía muerta. Cuando estaba en marcha, había calefacción, pero cuando se detenía no, y las temperaturas podían alcanzar los 25 grados bajo cero. Mi tío, que tenía entonces 14 años, hambriento, salió a buscar comida, se pegó un atracón de manzanas silvestres, sufrió un cólico y murió. A mi madre, que al salir de Rentería le había prometido a mis abuelos que cuidaría de su hermanito, aquello la destrozó“.
En 1945 terminó su segunda guerra, pero la repatriación a España seguía retrasándose. “Ni Stalin quería que salieran antes de convertirlos en aguerridos comunistas, ni Franco recibir a aguerridos comunistas”, afirma Merino.
Finalmente, a través de la mediación de la OIT, los niños de Rusia volvieron a casa entre 1956 y 1957 junto a prisioneros de la División azul, la unidad de voluntarios españoles que apoyó a los nazis, devolviendo el favor de Hitler a Franco en la Guerra Civil.
Habían pasado 19 años y aquellos niños ya no lo eran. Pablo Barrera, quien combatió en el bando republicano en la batalla del Ebro, y su esposa, Carmen Martínez, habían dejado a sus pequeños Carmen y Alejandro en el puerto de Santurce en 1937 rumbo a la Unión Soviética y casi dos décadas después recibieron a una mujer que ya era madre y que arrastraba el trauma de haber visto morir a su hermano.
“En las cartas que se enviaron durante ese tiempo”, recuerda Merino, “tanto mi madre como mis abuelos se señalaban en las fotos de grupo, que eran las únicas que tenían, con una cruz para que pudieran reconocerlos”.
Interrogatorio en la DGS
La adaptación no fue fácil. “Salían de un sistema que era una dictadura y llegaron a otra dictadura antagónica. A mi madre no le reconocieron el título de ingeniera industrial [muchos de aquellos niños habían tenido acceso en la URSS a estudios universitarios] y en aquellos años, en España, venir de la Unión Soviética era como ser un demonio con cuernos y rabo. En los pueblos los señalaban y muchos de aquellos niños tuvieron problemas con sus propias familias al regresar, ya adultos, porque les daban miedo.
De hecho, aproximadamente un 20% nunca llegó a adaptarse y marchó de nuevo a la URSS. A mi madre, al año de volver, le enviaron una carta con dos billetes de tren, solo de ida, para ella y para mí citándola en la Dirección General de Seguridad, hoy sede del Gobierno madrileño, para un interrogatorio. ”Le preguntaron si era comunista, si conocía a La Pasionaria, qué sabía del desarrollo tecnológico y armamentístico de la URSS…
Finalmente, nos compraron el billete de vuelta. Otra anécdota curiosa es que cuando llevábamos apenas unos días en Rentería, el párroco se presentó en casa de mis abuelos para decir que le habían informado de que allí había un niño sin bautizar, yo. Mi madre le explicó que había sido bautizado por la iglesia ortodoxa, pero no le sirvió. Así que soy ateo, pero estoy bautizado dos veces”.
Dirección General de Seguridad
Carmen Barrera falleció en 2021, a los 94 años. No llegó a ver cómo en 2022 estallaba una nueva guerra en Europa, la de Ucrania, y el proceso inverso al que ella había vivido: niños ucranios viajando como refugiados de la guerra desde Kiev a España. “Le habría dolido muchísimo”, afirma su hijo, “lo que está haciendo Rusia porque le tenía muchísimo cariño a Ucrania.
Su primer destino en la antigua URSS había sido precisamente Odesa”. La historia se repite, en otros escenarios, con otros pequeños que hoy, casi nueve décadas después, dibujan el mismo miedo en sus países de acogida sin saber cuándo o si podrán volver a casa.
Contenido publicado el 11 de mayo del 2025 en El País, ©EDICIONES EL PAÍS S.L.U.. Se reproduce este contenido con exclusividad para Ecuador por acuerdo editorial con PRISA MEDIA.
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