Actualizado 13:10
Redacción Día a Día |
De repente, el ritmo de la casa cambia. Ya no hay mochilas tiradas en la sala, ni desayunos apurados, ni mensajes preguntando si ya llegan a la casa. El «nido vacío» no es solo un término psicológico; es una experiencia emocional real que viven madres y padres cuando los hijos se van de casa, ya sea a estudiar, a trabajar o formar su propio hogar. Es una transición natural, sí, pero también un sacudón que puede generar sentimientos de tristeza, ansiedad o pérdida de propósito, especialmente para quienes han dedicado gran parte de su vida al cuidado de sus hijos.
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Pero no todo es nostalgia, muchos padres descubren, en medio del vacío, una oportunidad para reinventarse. Algunos retoman pasatiempos que dejaron, emprenden proyectos personales o redescubren la relación de pareja desde otro lugar. Estudios de la Universidad de Carolina del Norte señalan que, cuando se atraviesa bien, esta etapa puede mejorar la calidad de vida y fortalecer los vínculos existentes. La clave está en transformar la ausencia en un impulso, volver a ocuparse de uno mismo sin culpa, aprender a disfrutar del tiempo en soledad y encontrar propósito en nuevas rutinas.
Claro, no siempre es fácil ni automático. Hay quienes necesitan ayuda profesional para gestionar todas esas emociones intensas. Por eso, hablar del “nido vacío” también es hablar de salud mental, de acompañamiento, de redes de apoyo. Es importante prepararse para este momento desde antes, con conversaciones abiertas y expectativas realistas. Y, sobre todo, entender que no se trata de «llenar» el espacio que dejan los hijos, sino de reconstruirlo con reencuentros, nuevas formas de ser familia y una mirada más amplia del amor que trasciende la convivencia diaria.
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